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Un sí más por Angela Cano Schütz

Escrito para el Periódico El Espectador el 14 de agosto de 2016

 

 

Me he visto varias veces en situaciones completamente absurdas, tratando de explicar, sin juzgar la ignorancia (yo misma no sé la mayoría de las cosas que pasan en los países donde no vivo), por qué la paz en Colombia todavía no es un hecho, ni está garantizada, y por qué nuestro Robin Hood criollo no fue tan bueno y mucho menos cómico como lo pintan en Netflix. Ya se imaginarán el corto circuito y la confusión que les genero a mis nuevos conocidos cuando les digo que firmar los acuerdos de La Habana no es el fin de la guerra porque los ciudadanos vamos a escoger si queremos seguir o no matándonos, o cuando les revelo que Escobar les pagó a dos sicarios para que asesinaran a mi abuelo. Se atoran, se ponen incómodos, bizquean, se preguntan si oyeron bien, si no será un problema con mi/su francés.

 

Aquí la mayoría de la gente ha crecido en un ambiente de paz, tranquilidad y seguridad, en donde no cabe ni un 1 % de la violencia y lo absurdo de la historia colombiana. Pero para mí y para muchos colombianos que entendemos tangencialmente la complejidad de lo que ha pasado y que hemos crecido acostumbrados a tanta locura, ya no nos sorprende. Tan insensible soy que he vivido esas conversaciones varias veces en las últimas semanas sin cuestionarme hasta ahora el desequilibrio entre mi visión y la de ellos.

 

Pero aún sumergida en esa normalidad que no debería ser, tengo muy claro que voy a votar que sí al plebiscito por la paz. Voy a tomar un tren hasta Berna para acercarme a la Embajada de Colombia y voy a darle a mi país ese sí que tanto le hace falta. Y voy a votar que sí porque reconozco que en Colombia todos somos buenos y malos y que nuestra sociedad tiene que evolucionar hacia un Estado de menos desigualdad, que no engendre robinhoodes asesinos y despiadados, que les dé las mismas oportunidades a todos sus ciudadanos y que esté abierta al debate político pacífico. Empezar a construirla haciendo uso de la herramienta democrática más esencial, el voto, simboliza para mí el mejor empujón que puedo ofrecerle a mi gente.

 

Y para mí votar sí no sólo es aceptar esos acuerdos de La Habana. También es un reto personal en el que me comprometo a aportar todo lo que esté a mi alcance para que las brechas sociales se noten cada vez menos. Prometo hacer un esfuerzo cotidiano para que la convivencia con los que me rodean sea lo más agradable posible, para respetar el espacio de los demás, para cuidar los recursos naturales y lo que se ha construido con el dinero de los impuestos de todos. Prometo no intentar embutirles esta declaración de intención a todos los que me hablen del tema, porque entonces no estaría respetando su espacio. Pero sí creo que cada una de las personas que vamos a votar que sí deberíamos comprometernos a, por lo menos, intentar ceder, oír, revaluarnos, perdonar.

 

Yo tenía dos años cuando mataron a mi abuelo, viví en el exilio, oí las bombas, tuve terrores nocturnos y por mi profesión —soy bióloga— me he visto en situaciones delicadas por adentrarme en nuestras inigualables selvas. Sé que soy una víctima de la guerra, pero también sé que mis vivencias son insignificantes al lado de lo que han vivido miles de mis compatriotas. Sé que muchos de ellos rezan por ese sí, ya no porque sueñen con una Colombia mejor, sino porque sus vidas dependen de él. Para ellos ese sí no es un lujo; es una necesidad de primer orden. Ellos están dispuestos a perdonar ¿Cómo no lo estaría yo?

 

Y creo, con un poco de temor a mi infinita ingenuidad, que seremos suficientes los colombianos que votemos sí. Por eso, tras explicarles todas esas cosas locas a mis nuevos conocidos y después de darles algunos segundos para digerirlas, siempre saco una sonrisa, les prometo que Colombia está saliendo adelante y los invito a explorar nuestro paraíso de orquídeas y mariposas, donde se resumen todos los paisajes del mundo y donde no se sabe qué es más diverso, si nuestra naturaleza o nuestra cultura. Y entonces la conversación toma otros rumbos, pero yo vuelvo a ese lugar de mi corazón que se llama Colombia y sueño otra vez con volver allá a materializar mi compromiso y a disfrutar de todo eso que también es mío.

Soy colombiana, pero vivo en Ginebra (Suiza) desde hace más de siete años y he seguido desde aquí la evolución de mi amado país, siempre queriendo regresar pronto para dejar de ser espectadora y empezar a aportar a su desarrollo. Aquí es verano y últimamente he conocido a mucha gente nueva. Inevitablemente, el tema de conversación gira hacia mi país de origen: su proceso de paz y su Robin Hood.

 

El conocimiento que tienen los no colombianos sobre lo que pasa en Colombia suele basarse en las noticias del 20 Minutos, el periódico que se distribuye gratuitamente y de cuyo contenido es mejor no hacer comentarios, y en Narcos, la serie de televisión que retoma la casi inverosímil historia de los malabares que hizo Pablo con nuestro país.

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